ALEPO – PALMIRA (415 km.)

Sin tiempo que perder, hacemos las alforjas y salimos disparados de la ciudad que nos ha retenido más de lo deseado. Habíamos calculado una semana para pedalear hasta Damasco, donde nos reuniríamos con nuestros compañeros de viaje. El problema de las bicis nos obliga a variar algo la ruta y a apretar el acelerador.
La primavera ha teñido de verde el campo, por el que vuelan sin control toda clase de plásticos y desperdicios. El tráfico desaparece y tras 100 km. de pedaleo llegamos a Al´Bara.
- ¿ El hotel más cercano ?
- 40 km. por el camino que habéis venido. Pero podéis quedaros en mi casa .
En casa de Ahmed somos recibidos como huéspedes de honor. Pero a la mañana siguiente surge un malentendido. Tratamos de explicarle que estamos muy agradecidos por su hospitalidad, pero que en nuestras alforjas no llevamos nada para compensar tantísimas atenciones recibidas. A cambio nos gustaría que aceptara algo de dinero (todo en un “perfecto inglés”). El semblante de Ahmed cambia bruscamente y tras unos segundos, aparece ofreciéndonos unos billetes.
- ¡NO, NO! Ahmed, no nos hemos entendido, mira nosotros... -
Con el rostro todavía colorado partimos de Al´Bara. La mañana es fresca y aparece una débil lluvia. Abandonamos el asfalto y nos desviamos para visitar las ruinas de Apamea. En pocos metros el arcilloso camino bloquea las ruedas y hace imposible continuar. Aparece un tractor en cuyo remolque viajan varias mujeres que nos ayudan a subir las bicis. Fotos, risas y de un salto vuelta al duro pedaleo. Otro centenar de kilómetros y llegamos a dormir a Hamah.
Nos gustaría tomarnos un día de descanso y visitar la ciudad. Pero nos conformamos con media jornada para disfrutar de sus gigantes norias de madera, con las que los habitantes tomaban agua del río Orontes.

De nuevo en la bici, rumbo Este hacia el desierto. En casa de Sinam volvemos a comprobar la hospitalidad del pueblo sirio. A diferencia de lo acontecido en casa de Ahmed (donde las mujeres estaban aparte), encontramos ahora una relación más natural en la que todos los miembros de la familia sin excepción cenan y ríen con nosotros.
Según pedaleamos hacia el Este, la escasa vegetación desaparece dando paso a un terreno cada vez más hostil. Empiezan a aparecer los primeros campamentos nómadas. Lejos de la típica imagen de las caravanas de camellos, ahora, los beduinos transportan sus enseres en viejas camionetas. Incluso nos llama la atención cómo la tecnología ha llegado al lugar cuando vemos una haima con parabólica. Es la hora del ordeñe y los pastores alinean sus rebaños en formación para la tarea diaria.
Por suerte el viento pega fuertemente de culo, por lo que casi sin esfuerzo, volvemos a ver tres cifras en el cuentakilómetros. Pedimos permiso para colocar nuestra pequeña y colorida haima al resguardo de una casa. Pronto somos rodeados por una docena de chavales, que en volandas nos llevan a su interior. Esa noche dormiremos con el octogenario abuelo. Son pastores y no hablan prácticamente inglés, por lo que recurrimos al viejo truco: desplegamos sobre el suelo el mapa, explicando el camino recorrido y dónde queremos ir. – Estos tíos están locos – piensa más de uno.


Antes de volar a Siria, teníamos ciertas dudas de cómo seríamos recibidos. Máxime cuando el país que aparecía en nuestros pasaportes había colaborado en el genocidio de su vecino Irak. Apenas había transcurrido un mes de los atentados de Madrid y la ola de secuestros iba in crescendo. Detrás de cada taza de té, manaba irremediablemente el tema de la guerra y siempre acabábamos coincidiendo en lo absurdo e injusto de ésta. Durante nuestra estancia en Siria, sus habitantes nos informaban de la decisión del regreso de las tropas, por parte de ZP. Por lo que teníamos un nuevo tema de conversación: Zapatero good, Aznar and his friend Bush no good .
Después de cinco jornadas de pedaleo avistamos la ciudad de Palmira, un oasis en mitad del desierto. Si por algo es conocida la antigua ciudad de Tadmor es por las magníficas ruinas de lo que en su día fue un punto estratégico del comercio entre Persia y el Mediterráneo. Es viernes y familias enteras se reúnen a la sombra de las ruinas para merendar y celebrar el día festivo.
Han volado nueve días y nuestros amigos llegan mañana a Damasco. Tomamos un autobús que nos lleve puntuales a la cita.

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