DAMASCO - FRONTERA JORDANA (200km.)

Mientras degustamos un sabroso kebab, nos faltan palabras para narrarles a Aurora, Javi y Aitor todo lo acontecido hasta la fecha. Dedicamos un par de días para visitar la bulliciosa capital, pero antes de partir hacia el Sur, hacemos una excursión hasta Malula. Este pueblecito enclavado al pie de unos farallones, tiene la peculiaridad de conservar todavía el araméo (lengua materna de Jesucristo). Bastante tenemos con el árabe, por lo que dejamos el intensivo de araméo para mejor ocasión.
En pelotón de a cinco abandonamos Damasco, según cuentan, la ciudad permanentemente habitada más antigua del planeta. Buscamos carreteras poco transitadas que nos lleven a Jordania. Como viene siendo habitual desde que comenzamos el viaje, no pasan muchos kilómetros sin ser invitados a tomar té. Pero existe un nuevo problema: Dentro de la comitiva va una fémina un poco ligerita de ropa, para el gusto local. En un abrir y cerrar de ojos, Aurora es ataviada a la última moda beduina.
Aburridos de tener que contar una y otra vez lo mismo, rechazamos la oferta local para quedarnos en sus casas. Buscamos un lugar tranquilo donde colocar las haimas de campaña. Grave error, en cinco minutos toda la chavalería y alguno no tan joven nos acompaña en el montaje del campamento.
En la ciudad universitaria de As Suwayda, mujeres a la última moda contrastan con otras, a las que el sol tan sólo se les cuela a través de una abertura a la altura de sus negros ojos. Nuestros comentarios suben de tono cuando estas últimas, se detienen ante los escaparates de las miles de lencerías que vemos por todo el país. Nos cuesta imaginar que debajo de tantos metros de tela, puedan llevar prendas tan minúsculas y sugerentes.
Fuera de las rutas principales los carteles de dirección aparecen en árabe, o simplemente brillan por su ausencia. Una mala cartografía y nuestra empanada mental hacen que después de una jornada ventosa lleguemos a lo que creíamos Bosra. Cansados no queremos creernos lo que nos cuentan. Nos hemos desviado y estamos a una veintena de kilómetros de nuestro destino. En la ranchera del amable peluquero del lugar llegamos por fin a Bosra.

Una exquisita y variada cena nos hace olvidar los últimos kilómetros. Y tras una movida noche en la azotea del restaurante, visitamos las ruinas y el anfiteatro romano (uno de los mejor conservados).
De esta manera llegamos a la frontera jordana. Cambiamos dinero, papeleo y nos despedimos de Siria.

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